martes, 28 de octubre de 2014

El Cuy, la Llama y el Caballo

 
   En un lugar de los andes, donde las montañas tocan el cielo, había un cuy llamado Chunchito que tenía un pelaje de color café con blanco y también había una Llama cuyo nombre era Chonita, que tenía lana de color crema y que en algunas ocasiones brindaba un poco de ella a las tejedoras de la realeza, para adornar al gran Inca de aquel vasto imperio.

   Tanto el cuy como la Llama eran muy amigos y vivían muy felices ya que se sentían las mascotas predilectas del gran Inca, señor del gran Imperio. El Inca les tenía mucho cariño porque fue un regalo de su madre que se lo dio en vida.

   Cuando el Inca viajaba con su corte real, este los llevaba consigo a cada pueblo que visitaba, y siempre se distraía en sus ratos libres jugando con Chunchito y Chonita a las carreras o buscando a Chunchito, que se escondía detrás de algún arbusto.

   Un día llegaron a un pueblo hermoso donde el Inca se detuvo para tomar los baños medicinales, cuya agua caliente brotaba a borbotones y esta se mezclaba con el agua fría del río que la hacía muy reconfortante para él, que viajaba mucho.

   El cuy Chunchito y la Llama Chonita se bañaban en un lugar cercano de los baños y se sentían tan a gusto de tener tantas comodidades. El cuy Chunchito le decía a su amiga la Llama Chonita:
Allillanchu! – que en el lenguaje de los incas significaba un saludo de alegría – Cómo estás? – y Chonita le respondió:
– Me siento esplendida somos las mejores criaturas de nuestro gran imperio, muchas compañeras entre ellas alpacas, llamas y hasta vicuñas me envidian.

El cuy Chunchito añadió: Sí envidia, me tienen envidia, somos los mejores animales del mundo.

   Chonita le dijo de manera orgullosa: somos más que eso, no hay nadie quien pueda superarnos porque somos las mascotas predilectas del hijo del Sol. Y es que en ese gran Imperio eran muy creyentes que el Gran Inca era una divinidad y procedía del Gran Inti.

   Un día Chunchito, observó que traían a un sirviente de la realeza que tenía una fiebre alta y el Gran Inca lo enviaba al chamán del pueblo para que lo cure. Y Chunchito se preguntaba:
– Porque no podrá curarlo nuestro gran Inca, si él tiene poderes.

Chonita, que escucho al Cuy le dijo: 
–Calla malagradecido, no sabes que nuestro Gran Inca no se rebajaría de nivel por un simple sirviente. Y el cuy le respondía dudando:
–Si Chonita, pero me parece extraño que no ayude a su sirviente, él lo haría más rápido que el chamán del pueblo.
–Ya deja de hablar tonterías y come tu alfalfa. Decía la llama Chonita.

   En la tarde de ese día, algo alarmaba a todos los sirvientes del Inca, era la guardia del Inca que venía a verlo y parecían traerle noticias urgentes de que alguien se acercaba; y es que hace unos meses atrás, había recibido noticias de la llegada de unos forasteros de tierras lejanas a su gran imperio y que tal vez eran mensajeros del Gran Sol su padre.

– Forasteros! –decía Chonita y añadió– tal vez traigan buenas noticias para mi gran Señor.
– De repente traen bastante comida deliciosa– Decía Chunchito saltando.

   Pasada unas horas; primero Chunchito y después Chonita percibieron una vibración en el suelo, parecía como algo a lo lejos se acercaba con pasos rápidos y comenzaron a temer porque imaginaban que era algo grande y amenazante. Luego en el horizonte comenzaron a divisar una especie de sombra que se acercaba a gran velocidad, era una especie de animal grande con cuatro patas largas, una cola que parecía cabello largo de color negro, que con el viento parecía que la acariciaba haciendo que se moviera mágicamente y su pelaje negro brillaba. También tenía pegado en su lomo una especie de armadura viviente que reflejaba los rayos del sol y llevaba un palo, con una especie de tejido ligero que ondeaba con el viento (el estandarte).

La Llama Chonita y el cuy Chunchito se asustaron mucho.
– Qué será aquello?, tal vez es un ser divino que viene de parte del Sol Padre– decía Chonita.

   Luego este ser divino y extraño para ellos, hizo una especie de baile levantando sus patas y caminando en círculos y con su cabeza parecía moverse por dos cuerdas tanto a la derecha como a la izquierda. Luego este se detuvo y otro ser se despegó bajando de él y dirigiéndose al jefe militar del Inca. Los sirvientes observaron aquel espectáculo y se quedaron asombrados y atónitos, de los cuales algunos de ellos huyeron de aquel lugar.

   Mientras este ser extraño metálico conversaba con el jefe militar, la llama Chonita tomo valentía y se acercó hacia aquel ser de cuatro patas y le dijo:
– El Inti te bendiga, ¿Quién eres?. Y el ser de cuatro patas le dijo:
– Oh, nunca he visto algo como tú, soy un caballo, me llamo Rocinante y tú quién eres?– Relinchaba el caballo.
– Soy la llama Chonita y mi amigo que vez asustado ahí, es el cuy Chunchito. Decía de manera temerosa Chonita.
– Qué simpáticos sois – Dijo el caballo.

El cuy chunchito se acercó tímidamente y le dijo:
–Vienes de parte del Padre Inti.
–¿Del padre Inti?, te refieres de Dios– preguntó el caballo.
–Si del creador de todo y padre de nuestro Inca. Dijo el cuy.
–No, venimos de lejanas tierras que están más allá de los mares, donde la posición de las estrellas son distintas a las que tienen aquí.
–Oh!, entonces no son seres divinos como nosotros. Dijo Chonita.
–¿Seres divinos? – Dijo el caballo y añadió– solo Dios, el creador de todo es divino, todos somos creaturas de él. 
–Envidioso, no sabes que somos los predilectos del Hijo del Sol–dijo Chonita. Y el cuy Chunchito agregaba: 
–No estás a nuestro nivel, eres un pobre animal.
–Me temo que estáis equivocados, lamento por su Inca y su civilización porque van a ser conquistados, mis amos vienen con afán de tesoros para abastecer a nuestro reino– dijo el caballo. 
Y es que el caballo Rocinante estaba preocupado por ellos, porque en el fondo les tenia simpatía.
– Ja ja ja ja, tú y cuantos más, no sabes que nuestro Imperio es el más poderoso del orbe, nuestro gran inca con toda su guardia los destruirá– decía Chonita. Mientras el Cuy chunchito saltaba desafiante enseñándole sus pequeños dientes afilados.

– Cuando regresemos tengan cuidado, busquen un lugar donde guarecerse– dijo el caballo. Mientras el Forastero metálico se subió en ese momento en la cabalgadura del caballo y comenzó a galopar rápidamente saliendo de aquel lugar.

– Si cobarde, huye. Decía el cuy Chunchito. Y añadió:
– Ya vez Chonita como lo he espantado, que lo que le sobra de porte le falta de valentía.

   Chonita no prestaba atención de lo que le decía su amigo el cuy, más bien le preocupaba lo dicho por el caballo –¿Cómo le avisaremos al Inca?– se preguntaba a sí misma y continuaba pensando: "Es verdad que el Inca no nos entiende cuando le hablamos, si fuese hijo del Sol nos podría entender, haré el intento". 

Chonita se fue a ver al Inca, mientras el cuy Chunchito la seguía sin entenderla. 

   El Inca miraba el Sol en el horizonte como si estuviera hablando con su Padre y Chonita se acerco y le dijo:
–Su alteza tenga cuidado, esos forasteros tienen malas intenciones contra nuestro imperio.

   Pero inútilmente el Inca no le entendía, pensaba que la llama quería jugar con él y le dio una palmada para que se vaya porque no tenía intención de jugar. 

El cuy Chunchito le decía a Chonita:
– Ya vez Chonita, el Inca no entiende lo que decimos y es que parece que nuestro gran Inca es un simple mortal como todos.
–Sí, mejor vamos a las praderas altas a comer por unos días, ahí jugaremos, descansaremos y pensaremos en algo.

   En la pradera verde, Chunchito correteaba con Chonita haciendo carreras, y Chunchito le gustaba que la Llama lo cargara en su lomo. Luego comían y después dormían en aquel lugar cansados de tanto jugar. Así estuvieron cuatro días en la pradera alta y decidieron bajar a ver a su gran Inca.

   Llegando al pueblo vieron gran cantidad de soldados del imperio en las faldas de los cerros y una ceremonia en la plaza central del inca que era llevado en andas. 

   También observaron varios forasteros con sus caballos en aquel lugar, eran bastantes. Parecía un recibimiento pero estaban preocupados y observaron a Rocinante que los miró y les dijo con un relincho: 
–Huyan amigos esto se pondrá terrible!

   Cuando en ese momento vieron a su Inca que era apresado por los forasteros y con sus caballos de la conquista espantaban a todos los servidores del inca. Era terrible lo que pasaba y Chonita como Chunchito corrieron a un lugar seguro cerca a los aposentos de la realeza. Pedían a su Dios Inti por su Inca que no le pase nada.

   Luego que paso toda la confusión, vieron que su Inca era conducido por un forastero de apariencia mayor con barba larga en su rostro y que no permitía que nadie tocara al Inca, el cual los otros forasteros le tenían respeto por su jerarquía y este llevaba al inca a los aposentos reales montando una guardia en aquel lugar.

Chonita le decía a Chunchito muy preocupada:
–Parece que guardan respeto por nuestro Inca, pero temo por su vida.
El cuy Chunchito le dijo de manera furibunda:
–No entiendo en realidad las intenciones de estos forasteros, buscare a ese caballo Rocinante para que me explique que se proponen.

   Y el cuy caminaba sigilosamente por las calles y evitaba ser observado, cuando llegando cerca de la plaza vio varios caballos que lo miraban y algunos de ellos se espantaban, querían pisarlo. Rocinante escucho y les dijo a sus compañeros, cálmense es mi amigo Chunchito. 

   Chunchito le agradeció pensaba que moriría aplastado por aquellos animalotes de cuatro patas como el los llamaba.
Y Chunchito de manera calmada le dijo a Rocinante:
–Tenías razón, nos advertiste! Me preocupa nuestro Imperio, que le va a pasar a nuestro Inca, que buscan los conquistadores.
El caballo Rocinante le contesto:
–Lamentablemente no quedará mucho de tu imperio. Nosotros servimos a nuestros amos y los hemos acompañado en varios lugares; como te dije venimos de lejanas tierras y han conquistado estas nuevas tierras estableciéndose ya en varios lugares del norte de aquí.
Y Chunchito le decía: 
–Pero que buscan tus amos, que intenciones tienen?
–Buscan riquezas, tesoros, todo lo que sea metal brillante es muy valioso para ellos– dijo el caballo de manera sentida.
–Bueno nuestro Inca tiene bastante de los que buscan, pero si él les da, con eso será suficiente para que se vayan. Decía el cuy Chunchito esperanzado en la respuesta.
–No mi amigo, más que ello buscan establecer un nuevo territorio, un nuevo poder, muchos vendrán y aquí crecerán con tu pueblo y me temo que tu imperio cambiara bastante.

   El cuy Chunchito se fue triste donde su amiga Chonita y le conto todo de lo que le dijo el caballo Rocinante, y se resignaron de los designios y males que vendría a su gran imperio.

   Unos meses después todo comenzaba a verse distinto, los forasteros construían casas muy distintas a las que ellos conocían. Los forasteros se convirtieron en los conquistadores del Imperio y estos les llamaba la atención la Llama Chonita, los cuales apostaban para montar en ella, pero ella los escupía, y era la risa de todos ellos al ver al infortunado que le caí aquel escupitajo tan fuerte y directo. 

   Y el caballo Rocinante enojado, se puso delante de ella para que no la molesten. En eso el conquistador mayor con barbas y que solo podia tocar al Inca, pasaba por ahí y les dijo:
–Tontos, por lo menos el caballo Rocinante es más inteligente que ustedes, la pobre Llama no está hecha para montar. Déjenla en paz!

   Chonita y Chunchito se asombraron de la actitud valiente del caballo defendiéndola, lo que hizo que creyeran más en Rocinante y a partir de ese incidente se volvieron muy amigos.

Chonita le decía a Rocinante:
–Tus amos se parecen a los nuestros, en el fondo de ellos son muy parecidos.
–No todos, algunos son buenos otros malos, al final todos somos hijos de Dios, y nuestra misión es servirlos. Relinchaba Rocinante.

Y Chonita añadió:
–Bueno no me gusta esa idea, pero siento que es así, porque yo ofrezco mi lana y les sirve mucho a mis amos; y ni que decir de Chunchito que mejor no menciono en que manera les puedes servir. Decía riéndose Chonita.
–Oh no!, no quiero perder mi pelaje decía Chunchito temblando.
Y tanto Chonita como Rocinante se reían de la manera graciosa como temblaba Chunchito.

   Pasado unos meses, la amistad entre el cuy, la Llama y el Caballo se profundizó; conociendo sus culturas, sus semejanzas, sus diferencias; y de vez en cuando jugaban a las carreras donde el caballo Rocinante siempre les ganaba; pero después permitía que sus nuevos amigos le ganaran y sobre todo al Cuy Chunchito, que disfrutaba su victoria de manera eufórica y graciosa.

   Cuando Chonita, Chunchito y Rocinante estaban caminando cerca de los aposentos del Inca, tanto Chonita y Chunchito vieron a su Inca y corrieron a verlo. El Inca los miro tiernamente, tenía una mirada profunda y un poco nostálgica, miraba el atardecer y los acariciaba diciéndoles: 
–Mi Chonita, mi Chunchito, cuantas alegrías me han dado. Ahora tengo que partir. Mi vida se apaga, son lo último alegre de mi Imperio, pero ahora sé que soy más que el hijo del Sol. Y es que ahora entiendo que todos somos hermanos e hijos de Dios de todo lo creado. Mi misión no era vanagloriarme de tener un Imperio sino de ser el último servidor de mi pueblo. Pongo el destino de mi Imperio en las manos del Dios que siempre estuvo conmigo y fui ciego en no verlo.

   Y diciendo esto el Inca se despidió de ellos con una caricia tierna. Tanto a Chunchito como a Chonita le salían lágrimas de sus ojitos. El caballo Rocinante se acercó a ellos y puso su lomo para consolarlos y les dijo:
–En verdad su Inca parte de este mundo con un gran título; de ser el hijo del Sol a hijo del Dios que vive en todos nosotros.

Chonita y Chunchito dijeron al unísono al caballo Rocinante:
–Ahora también sabemos nuestra misión, que además de servir, debemos rescatar lo mejor de nuestras culturas para el bien de todos; a pesar de nuestras diferencias debemos crear nuevas tradiciones que nos una y nos ayude a convivir en paz y respeto.

   De esta manera, a partir de ese día; el Cuy Chunchito, la Llama Chonita y el Caballo Rocinante forjaron una gran amistad, enseñando los buenos valores de ambas culturas y viviendo muy felices en las tierras de las montañas altas del cielo azul de la paz.

***FIN***

Elaborado el lunes, 28 de enero de 2013
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lapm (21/01/2013 – 29/01/2013)
 

lunes, 27 de octubre de 2014

Doña Mora y el Caracol Jaimito


   En un jardín de un gran palacio del bosque lejano, había un árbol de moras de hojas frondosas que no daba fruto y era conocida como Doña Mora, cada vez que pasaba el Rey de aquel palacio buscaba alguna mora para degustar el paladar y como no encontraba ninguna se iba a otros árboles frutales para deleitarse con los diferentes sabores que en ellos encontraba; esto sucedía todos los fines de semana.
 
   Un grupo de caracoles pasaba por ahí y uno de ellos llamado Jaimito observó ese detalle que le llamó la atención y se preguntaba porque aquella mora no daba frutos y decidió preguntarle:
 
– Doña Mora, ¿Me permite hacerle una pregunta? – Dijo el Caracol.
 
   Doña Mora era muy soberbia y no le gustaba conversar con alguien que no estuviera al nivel de ella, pero como se sentía aburrida decidió responder al caracol.
 
– Dime bicho raro, que quieres preguntarme? – Dijo Doña Mora.
 
El Caracol estaba sorprendido por la respuesta y le dijo:
– Doña Mora, usted no sabe respetar, yo le estoy preguntando cortésmente y si me permite quiero saber ¿Cuándo va dar frutos?
– ¡A ti que te importa! … ¡yo daré cuando quiera! … pero mejor ¡no!… ¡quiero conservar mi belleza! – Dijo Doña Mora de manera displicente.
– ¿Belleza?, con esas hojas rugosas le llama ¿belleza?, más bonita se la vería con sus deliciosas moras–  dijo el Caracol Jaimito.
 
Doña mora se sintió ofendida, nadie le había dicho tal insulto y le respondió al Caracol:
– Apártate, no me fastidies, ¡fo… fo… fo!.
Y diciendo eso, Doña Mora con sus ramas espantaba al Caracol.
 
Sus compañeros caracoles lo llamaron:
– Jaimito, ¡no te atrases!, no tiene importancia conversar con alguien que no le gusta conversar y ofende a los demás.
 
   El Caracol Jaimito se fue triste, solo quería de alguna manera tener amistad con ella y fue a buscar con sus compañeras algunas lechugas que estaban en la huerta del palacio para comer.
 
   Unas semanas después el Rey pasaba de nuevo por los árboles frutales, y miro que Doña Mora no tenía frutos y llamó al jardinero del palacio, el cual al escucharlo corrió rápidamente donde él:
– Su alteza, ¿Qué mandáis de mí?–  dijo el jardinero.
 
El Rey le respondió:
– He pasado en varias ocasiones a buscar frutos de mora en este árbol y no los he encontrado, ¿has cuidado bien de Doña Mora?
– Si su alteza, la he regado, le he dado todos los nutrientes que necesita para su crecimiento, pero he observado que todo se va en desarrollar sus hojas, por lo menos le da sombra cuando haga sus caminatas su alteza.
– ¡No me sirve!–  dijo iracundo el Rey y continúo diciendo:
– Todo ser vivo en el bosque se le mide por sus obras, de nada sirve hacer algo a lo que no está destinado ser, si no da frutos terminando el verano lo arrancas y lo utilizas como leña–  y se fue a paso ligero el Rey de aquel lugar.
–  Ya escuchaste, pero por gusto gasto mi tiempo en ti, de todas maneras no darás fruto para la fecha indicada–  dijo el jardinero mirando a Doña Mora.
 
   Doña Mora se había quedado asustada no entendía cómo podían usarla como leña si ella se sentía hermosa, pero le llamó la atención aquella palabra extraña que dijo el Rey.
 
– ¿Obras?, ¿Qué significará aquello?–  Se preguntaba Doña Mora.
 
   Y Doña Mora se entristeció tanto que sus hojas se arrugaron mucho más de lo que estaban. Mientras el caracol Jaimito regresaba de comer sus deliciosas lechugas y vio a Doña Mora triste, no se atrevía acercarse a ella, pero al verla tan apesadumbrada decidió preguntarle:
– Disculpe Doña Mora se siente bien?.
– No Jaimito, creo que mis días están contados–  Dijo Doña Mora.
 
   El caracol Jaimito se alegró porque lo llamo por su nombre pero también se preocupó por lo que dijo Doña Mora.
– A que se refiere Doñita, que ha sucedido?– Preguntó el caracol Jaimito.
– El Rey ha decidido que me mandará a cortar con el jardinero al final del verano porque no tengo obras, que tampoco sé qué significa eso–  decía Doña Mora con lágrimas que le brotaban de las ramas.
– ¡Oh Doñita!, las obras son precisamente sus frutos, y deben ser muy deliciosas para que nuestro Rey ansíe degustar de su amabilidad– dijo el caracol Jaimito.
 
La Mora respondió:
– Oh no, perdería mi belleza, además mis frutos no son buenos.
 
Y el caracol Jaimito le dijo:
– Pero Doñita, precisamente la hermosura esta en sus frutos y los debiera dar, porque sino el Rey cumplirá su palabra, cada uno de nosotros tiene una belleza interior que debe ofrecerla a los demás con amor.
 
Doña Mora se quedó pensando en lo que le dijo el Caracol y le respondió:
– Está bien pero como podré dar frutos porque he destinado mi atención a mis hojitas y estas se han hecho muy fuertes y bellas.
– Yo te ayudaré tendré que cortar algunas de ellas para que tengas fortaleza en destinar tus nutrientes para lo que fuiste creada–  dijo el Caracol Jaimito.
 
   De esa manera el caracol Jaimito comenzó a cortar las hojas que estaban muy rugosas que no permitían recibir los rayos del sol, ese trabajo le tomo como una semana al pobre caracol que al final estaba exhausto, y Doña Mora solo se quedó con las hojas lisas que le permitía recibir el sol y se sentía con más fuerza; también estaba admirada del ímpetu del caracol y ella le ofrecía algunas hojas que consideraba eran buenas para la alimentación del caracol pero que en realidad no eran del agrado de Jaimito y este las aceptaba por cortesía.
 
   Paso unas semanas y Doña Mora comenzó a brotar varias florecitas de color blanco, eran muy bonitas y Doña Mora se quedó maravillada y dijo:
– Ahora si soy más bella, mira amiguito Jaimito, tenias razón, ¡que bella que soy!
 
   Y el caracol Jaimito se preocupó no por las florecitas sino porque veía que de nuevo Doña Mora entraba en un plan de soberbia y le dijo:
– Cálmese Doñita, todavía no ha terminado, no se mueva mucho para que nuestras compañeras las abejas puedan polinizar sus florecitas.
 
Doña Mora de manera colérica le dijo al Caracol Jaimito:
– Tú crees que voy a permitir a esos insectos tocar mis flores, nunca!!!.
 
   Las abejas que pasaban cerca se ofendieron por lo que dijo Doña Mora y se fueron a otras flores lejos de ahí. El caracol Jaimito le recordó que el fin del verano estaba cerca y si no reaccionaba todo lo avanzado se perdía. Doña Mora reflexionó y consideró que su amigo el Caracol Jaimito estaba en lo cierto y permitió que las abejas fuesen a sus florecitas diciéndoles:
– Amigas abejas, perdónenme, no sé lo que digo pero sean bienvenidas en mis florecitas–  algunas lágrimas salieron de Doña Mora porque lo dijo de todo corazón y es que combatía por dentro contra aquella soberbia que ella tenía.
 
   El Caracol Jaimito veía que si había esperanza y él se sintió conmovido con lo dicho por su amiga, y para convencer a las abejas que todavía dudaban les dijo:
– Amigas abejas, crean lo que dice Doña Mora, soy su amigo y dice la verdad, vengan y disfruten del maravilloso néctar.
 
   Las abejas fueron a tomar el néctar de Doña Mora el cual estaba muy delicioso y a la vez polinizaban las florecitas; y les gustó tanto a las abejitas que estuvieron toda la mañana hasta hastiarse, y es que el arrepentimiento de Doña Mora endulzó el néctar de tal manera que era muy apetitoso.
 
   Pasaron las semanas hasta que llegó el fin de la estación de verano, el Rey paseaba en compañía del jardinero, cuando se acordó de La Mora y le dijo a su jardinero:
– Vamos a ver aquella Mora si ha dado fruto.
 
El jardinero se había olvidado de revisar aquella mora pero se decía así mismo en su mente:
– Por gusto me preocupo, estuve todo un año cuidándola y no dio fruto, y no la he visto hace unos meses, así que debe estar llena de hojas y sin fruto; ya era un caso perdido…
Cuando el Rey que se había adelantado gritó:
– ¡Oh Milagro!, maravilla que moras tan grandes y rojas, voy a probarlas, ¡Uhmmm! que deliciosas, que ricas, nunca he probado en mi vida algo tan delicioso.
 
El jardinero estaba tan asombrado que no podía creerlo y se decía:
– ¡Cómo es posible esto!
El Rey muy contento le dijo al jardinero:
– Te felicito siervo mío, haz logrado sacar frutos donde era casi imposible–  y el Rey reía de emoción por algo que consideraba milagroso gracias a su siervo.
 
   El jardinero estaba estupefacto, y observó que Doña Mora no tenía esas hojas rugosas y que en sus troncos había el rastro de baba de Caracol y vio al Caracol Jaimito en la cima del árbol observándolos, comprendió que era obra de aquel animalito y le dijo al Rey:
– Su alteza perdóneme, pero el mérito lo tiene ese Caracol que ve ahí–  El jardinero lo señalaba con su mano.
 
Y el Rey le respondió:
– ¿Queeé? me estas tomando el pelo.
– No su alteza–  dijo el jardinero–  la verdad que en estos meses me olvidé de cuidar a Doña Mora porque consideré que era vano trabajar en ella, pero veo que Doña Mora ha sido bien cuidada por este amigo de la naturaleza y que en su interior tiene la sabiduría del bosque. Y este caracol se ha dado completamente a ella, además me ha enseñado algo que no entendía en mi labor de jardinero y es que debo trabajar con fe “POR” las plantas que están a mi cuidado y nunca abandonarlas.
 
El Rey le contestó:
– Perdono tu descuido solo por ser sincero conmigo, y no solo es tu trabajo, también es el “DAR” de Doña Mora que con amor nos entrega el fruto de tu trabajo, del caracol, de ella misma y de todo ser que contribuyó en este fruto–  el Rey sostenía la mora y continuo diciendo:
– De esta manera daré nombre a una nueva actividad en la jardinería que se llamará “PODAR”, y podrá ser usado de manera simbólica para representar que el Obrar con fe en el trabajo diario nos da como fruto el amor que conduce a la felicidad.
 
   El Rey con ayuda del jardinero se llevó en varios costalillos las moras para invitar a sus comensales las exquisiteces de su Reino.
 
Doña Mora después de escuchar al Rey se sintió halagada de felicidad y le dijo al Caracol Jaimito:
– Amigo mío, gracias por ayudarme, por dedicarme tu tiempo y lo más importante por ofrecerme tu amistad, ahora comprendo que el Obrar es amar, y que el fruto de ese amor es la felicidad.
El Caracol Jaimito le respondió:
– Vaya, vaya, Doñita; se ha vuelto muy filósofa usted. Pero tiene razón amiga mía y me da gusto que haya comprendido el significado y también he aprendido que nunca es tarde para cambiar; solo me apena no haber probado de sus frutos porque el Rey se ha llevado todas las moras y yo solo me contento con su gran amistad.. je je.–  dijo sonriendo el caracol Jaimito.
 
   Doña Mora abriendo sus hojas le mostró una mora gigante que había escondido y le dijo a su amigo el Caracol:
– Jaimito, el mejor fruto está reservado para un gran amigo como usted que puso su fe y amor en esta pobre vanidosa como yo y obtiene el premio mayor de mi mejor cosecha.
 
   El Caracol Jaimito se puso muy feliz comiendo aquella mora tan inmensa y deliciosa para él, y disfrutando mientras comía dijo:
–  Doña Mora yo disfruto de su compañía y usted será mi amiga para toda la vida. Y desde ese día, Jaimito junto a sus amigos los caracoles vivieron muy felices cobijados bajo las ramas hospitalarias de Doña Mora.
 
*** FIN ***
Elaborado el lunes, 22 de octubre de 2012
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07/11/2012 lapm